miércoles, 18 de mayo de 2011

Psicosis

Artículo elaborado por los alumnos de 4º Semestre de la Maestría en Psicoterapia Psicoanalítica Individual, bajo la dirección y supervisión del Doctor Alejandro Zuvire.

La nave de los locos- El Bosco

Autores: Dr. Alejandro Zuvire, Pst. Iván Partida, Pst. Ruth Villanueva, Pst. Paulina Román, Pst. Gabriela Osio, Pst. Stephanie Domínguez, Pst. Cecilia Ramírez, Pst. Adriana Gómez.

El futurismo no se entendería sin considerar a Einstein, ni el surrealismo, sin tener en cuenta a Freud. El sueño, en el psicoanálisis es el camino regio al inconsciente y el surrealismo en el arte es un componente necesario para entender la posmodernidad. El arte y el psicoanálisis son dos referentes del desarrollo humano que evolucionan y se expresan en una plástica que rompen con la estática de la historia. La hegemonía de la racionalidad es subyugada por el reconocimiento del delirio y la alucinación; el término psicosis acuñado por el psiquiatra Eugen Bleuler es tomado para denominar actitudes alienistas, esa “clase” de persona diferente y marginal, que Michel Foucault ubicó en la Nave de los Locos y que en la modernidad, pero sobre todo en la posmodernidad tuvo un reconocimiento no solo por la psiquiatría y los posfreudianos, sino por las aportaciones artísticas, al grado que Rosen considera que el ser humano que posee un inconsciente es potencialmente psicótico.

El potencial psicótico de nuestro inconsciente es lo que hace tan lastimosamente terrible pensar en la existencia de una línea divisoria tan endeble entre la cordura y la enfermedad.
Una enfermedad llena de abismos, de sueños dentro de sueños y de soledad abrumadora, en la cual aparecen los primeros sentimientos de irrealidad que fracturan la realidad del psicótico haciéndolo sentir atemorizado por irse perdiendo, por irse desligando del mundo real y darse cuenta cómo va expulsando de sí cualquier significante. Es la Psicosis aquel lugar en “donde las más aberrantes pesadillas entretejen las telarañas que los psicoanalistas buscamos desenredar”.
Adentrémonos sin miedo para formar lazos entre la pesadilla y la realidad, seamos un vínculo, vayamos tejiendo un hilo de plata que sostenga al enfermo para mantenerlo unido a su propia humanidad.
La clave es trabajar desde lo profundo y con paciencia, como señala O. Kernberg: “habrá que buscar una integración gradual de los objetos” y solo así gradualmente podremos ayudar al paciente psicótico a crear una historia para obtener un significante, aquel que en algún momento rechazó.

En el sentido humano de la relación que se establece entre paciente y analista, existe un gran temor, un oscuro miedo de que el analista abra el cajón donde se encuentran sus núcleos psicóticos y después… ¿Cómo acallar esas voces que con palabras incoherentes amenazan el equilibrio mental?, una perturbante preocupación que se convierte en una herramienta tanto de trabajo hacia la persona psicotizada, pero también dentro del propio análisis del terapeuta. Agarrándose con fuerza de ese hilo de plata, fino y delgado, pero resistente y durable; retando al bagaje de capacidades mentales conscientes e inconscientes para que pueda el analista sintonizarse con esa persona que vive una pesadilla interminable, con ese ser humano en que la articulación del lenguaje no existe, sino solo piezas desagrupadas sin lógica alguna, a lo que el analista tiene que iniciar con la mirada de la madre, ese apego que no se formó desde un inicio de la vida, y así logrando la sincronización terapéutica para más tarde darle los recursos necesarios para “criar y crear”, como si fuese puente a la realidad, puente a la vida.

Decalcomanía- René Magritte

Siendo su refugio la locura, el psicótico no deja de dolerse por el vacio que siente, lo expresa a través de sus alucinaciones y delirios, que no son otra cosa que un mito de todas sus sensaciones, percepciones, huellas, de lo vivido a un nivel arcaico, antes de que existieran las palabras para expresar su dolor, dolor de tener a una madre muerta, que no lo sostuvo, que no lo miró, que no lo dirigió a la vida. Mito, producto de nuestra psique, apegado al dolor y al sufrimiento, no es más que una serie de visitantes nocturnos que llevamos dentro arraigados, alienados, enajenados a esa verdad de la noche, en donde la luz de esperanza se opaca mientras avanza hacia el panteón de nuestros sueños, nuestros códices, a nuestro enigma, en donde el analista será el conocedor de los caminos secretos, desmitificando el mito hilando una historia apegada a lo real, dándole palabras y símbolos, descifrando los inentendibles códices que lo liberan de ese mundo, dando un significado en donde no hay lógica, en donde no hay razones.

Hablemos de este mundo extraño; de la obscuridad, de lo perdido; ya como si fuese un camino en reversa donde no se ve el final; lo construido a partir del dolor, lo que no se ve ni se toca, pero yace en la profundidad. Aquel sujeto en quien su puente con la vida es mediante la descompuesta articulación llamada psicosis, ese puente frágil y que en cada vértice de unión se entrelazan la alucinación y el delirio; el dolor de no haber sido visto por su madre, de no tener el lenguaje para expresar el dolor que impide ver el final del camino, aferrándose a sólo un punto en la pared como parte de un intento de realidad; de vida. En aquél en quien el grado de desestructuración es menor, puede sólo sentir la desesperación de no lograr acomodar sus pensamientos ni sentimientos; sin sospechar que la base de la estructura está carcomiéndose lenta y profundamente, sin poder sentir cómo el edificio cuyos cimientos fueron de plástico y comienzan a derretirse; es el vacío que genera dolor y que es causado por esa pérdida, por la obscuridad, por el sin sentido. Ese ser que no es capaz de exclamar “su queja”, sólo vive el dolor del vacío sin poder pedir ayuda. Es por eso que el analista tiene que ir directo al dolor, al contenido del delirio y de la alucinación, sin tomarse tiempo de mayor teorización, el analista tiene que entrar al ruedo ¡ya!, a la pesadilla, a los monstruos; con la esperanza de lo ya observado, lo ya logrado con el análisis directo y la realización simbólica.

Ahí, en la profundidad del ser humano lugar en donde no hay inconsciente se viven las más terribles y oscuras pesadillas interminables, ese lugar en el que todo se percibe difuso, perverso, distorsionado y confuso; en ese lugar no existen puertas, mucho menos paredes que lo sostengan, pues lo único garantizado es percibir la soledad. Adentrarnos en este lugar frío, con una falta de una voz suave o una mirada cálida se entrelaza con la realidad, con el mundo externo que reafirma lo frustrante es estar en ella y por eso el mejor refugio se vuelve la pesadilla –la psicosis- aunque esta sea llena de dolencia, con un llanto de lágrimas de sangre, sin palabras ni gestos. La labor artística del psicoanalista será pintar de colores sombras oscuras y temidas con una complicidad en donde solo ellos dos se entienden y se comprenden.

Como el pintor que prepara el lienzo, escoge los materiales, hace los cálculos necesarios, medita su obra; empieza a hacer los bosquejos, mientras que el artista psicoanalista ayudará a pintar de acuerdo a lo requerido, a lo que la persona psicótica requiere y lo tiene que hacer alguien más, punto por punto, descifrando los símbolos, dando forma, color y vida; a veces con un arrullo suave, con calor y afecto. Metiéndose hasta el fondo –a la psicosis- para acompañarlo, para sostenerlo, para desde allí ir jalando poco a poco, hasta llegar a ser el puente a la realidad, a la vida. Partir de la nada hacia la oscuridad de la psicosis, descifrando los símbolos para establecer un código que permita establecer el hilo comunicante con la realidad, con una obra compartida con un solo sueño.

Estos símbolos, llevando a cabo una analogía con el artista, son aquellas pinceladas que se dan en una pintura surrealista en donde las imágenes se utilizan para expresar emociones, intentando buscar y representar una creación fantasiosa inconsciente, onírica, imaginaria e irracional más allá de la realidad física. Así es como el psicótico vive sus días, en lo imaginario, en la fantasía, en aquél inconsciente sin represión, que le da pie a las alucinaciones que cree verdaderas y reales, sin darse cuenta que en su historia existe una ruptura y un vacío psíquico que no le permite integrar su mundo quedándose atrapado en su mirada. Por lo que en este caso, este personaje se vuelve una serie de pinceladas irracionales para el observador, pero una obra de arte digna de ser interpretada y entendida por el psicoanalista, ya que éste tendrá la oportunidad de darle un significante y por ende un significado a la vida del psicótico.

Lo anterior se consigue descifrando las pinceladas irracionales, de la pintura abstracta del psicótico, entrando al mundo imaginario de sus alucinaciones con empatía, interpretando el ello del paciente en el aquí y en el ahora, rescatando aquél punto que se conecta con la realidad siendo éste su área libre de conflicto, con ello se comienza la construcción de su historia y por ende el surrealismo va tomando forma en ese caos que a primera instancia crea confusión, pero que sin duda alguna cuando se es capaz de entender cada trazo, la obra de arte se observa desde otra perspectiva en donde la historia del psicótico tiene ya un significado, gracias a la labor conjunta del paciente y del analista.

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